Húsares de la Princesa

CRESCENCIO BUSTILLO. Un sábado, a primeros de marzo, fue el primer día de mi entrada en el Cuartel, cuando se acercaba el mediodía. Corría el año 1928 y tenía yo 20 años cumplidos sin llegar a los 21. Por haber nacido dentro de la primera parte del año, o sea el primer semestre, ingresé en el primer reemplazo de los dos que se componía la quinta completa. Nuestra entrada en el Cuartel fue recibida con distintas muestras de alegría y cordialidad. Para unos, los más veteranos, significaba que pronto serían licenciados y por tanto nos recibieron con ¡Vivas y Olés!… Para los que hasta entonces habían sido «quintos«, significaba pasar a la categoría de «veteranos«, por lo que también nos recibieron con alegría, pero además con burlas y sátiras, llamándonos «borregos» y otras lindezas por el estilo, pensando en descargar en nosotros las novatadas que ellos habían ya pagado. Pronto se dieron cuenta, que aquel reemplazo no era como los otros, ya que pertenecía en su mayor parte a Madrid y los pueblos colindantes, con una mayor cultura y también con más experiencia de lo que era la vida que los provincianos que tenían por norma ingresar en aquel Cuerpo


Crescencio Bustillo

Detallando un poco el Cuartel o nueva morada, era antiguo, todo construido de piedra, con un espesor de los muros de las paredes, así como de las columnas porticales, de más de un metro. Se componía en su mayor parte de dos plantas de superficie, ya que también tenía sótanos. La baja, a nivel del suelo, servía para albergar las cuadras y almacenes, y la planta superior, para alojamiento del personal, comedor y oficinas de la Plana Mayor. En la parte de la fachada de la calle del Conde Duque estaban las puertas de entrada y salida del Cuartel, la principal con su cuerpo de guardia y otra llamada «de los «carros, por donde entraban y salían estos para los distintos servicios de abastecimiento, así como las formaciones de los caballos para hacer los distintos servicios encomendados a los mismos.


Húsares de la Princesa y de Pavía

Esta puerta solo se abría de día y en días laborables. Por ella, a través de un pasillo bastante ancho, se llegaba a la cantina, que era una estancia pequeña con alguna mesa y sillas donde despachaban bocadillos, vasos de vino «peleón» y pocas cosas más. Siguiendo el pasillo adelante estaban las cocinas y más al fondo del todo comunicaba con distintas dependencias del Cuartel, picadero, cuadrilongo (que tiene forma de rectángulo) y otros espacios amplísimos que servían para campo de instrucción de la tropa. La planta superior de la fachada del Conde Duque estaba destinada a viviendas de los Jefes y oficinas llamadas de Mayoría.

Húsar de Pavía

Entrando por la puerta principal estaba el Cuerpo de Guardia y la Sala de Estandartes, puesto que en Caballería la Bandera se sustituye por el Estandarte. Y avanzando derecho por un ancho pasillo se entraba de lleno en el patio de armas, tan grande como una plaza mayor de capital de provincia y porticada con corredores alrededor del mismo. En medio de aquel inmenso patio había una fuente constante de cuatro caños y cada uno de estos vertía sus aguas a un pilar que servía a su vez de abrevadero a los caballos del Regimiento. Estos pilares hacían una especie de encrucijada, como si fueran los cuatro puntos cardinales. Todo el patio estaba adoquinado y, por supuesto, bien limpio, pues las mangueras, junto con las escobas del servicio de limpieza del Cuartel, se encargaban de ello. Este Cuartel del Conde Duque no se limitaba a la zona que ocupaba nuestro Regimiento de Húsares de la Princesa, sino que el Regimiento gemelo, Húsares de Pavía, formaba parte del mismo edificio, y creo que además había otros terrenos y edificaciones, que pertenecían a este mismo conjunto.

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