«Mientras paseaba por una antigua estación de tren, la estación de Francia en Barcelona, me invadió una nostálgica sensación de pérdida. Recordé las despedidas en las viejas estaciones de ferrocarril, esos lugares que durante mucho tiempo fueron escenarios de innumerables historias cargadas de emoción, amor y despedidas. Con la llegada de la alta velocidad y la modernización de las infraestructuras, parece que hemos dejado atrás un capítulo importante de nuestras vidas»

MIGUEL SANCHIZ (13 de agosto de 2024). Hace unas semanas, mientras paseaba por una antigua estación de tren, la estación de Francia en Barcelona, me invadió una nostálgica sensación de pérdida. Recordé las despedidas en las viejas estaciones de ferrocarril, esos lugares que durante mucho tiempo fueron escenarios de innumerables historias cargadas de emoción, amor y despedidas. Con la llegada de la alta velocidad y la modernización de las infraestructuras, parece que hemos dejado atrás un capítulo importante de nuestras vidas. Recuerdo la estación de mi infancia, con su estructura de ladrillo y techos altos. El ruido del tren llegando, mezclado con el murmullo de la gente, creaba una atmósfera única. Las despedidas en estos lugares eran momentos llenos de significado, donde el tiempo parecía detenerse. Allí, familias se abrazaban con fuerza, amigos se despedían con lágrimas y amantes compartían promesas de reencuentro. Era un ritual casi sagrado, donde las emociones se manifestaban sin reservas.La llegada de la alta velocidad ha cambiado mucho estas dinámicas. Las estaciones modernas, con su diseño funcional y eficiencia, han perdido ese encanto que las hacía tan especiales. Ahora, los viajes se realizan con tal rapidez que apenas hay tiempo para esos momentos de despedida tan emotivos. Las despedidas en las plataformas se han reducido a gestos rápidos y sonrisas apuradas, mientras los trenes, aerodinámicos y silenciosos, parten con precisión suiza, casi siempre.

Miguel Sanchíz

Por supuesto, la modernidad trae consigo muchos beneficios. La alta velocidad nos permite conectar ciudades distantes en cuestión de horas, facilitando el comercio, el turismo y, por supuesto, nuestras vidas personales. Pero, a medida que ganamos en eficiencia, parece que perdemos en experiencias. Los trenes de antaño, con su ritmo pausado y sus largos trayectos, ofrecían algo más que un medio de transporte: ofrecían tiempo. Tiempo para reflexionar, para observar el paisaje, y, sobre todo, tiempo para las despedidas. Aquellas estaciones de tren eran más que simples puntos de partida y llegada. Eran lugares donde se entretejían historias humanas, marcadas por la espera, la esperanza y, a veces, la tristeza. Hoy, las despedidas han cambiado de lugar y de forma, adaptándose a los nuevos tiempos. Sin embargo, el recuerdo de esas viejas estaciones permanece, recordándonos que, a veces, lo más importante de un viaje no es el destino, sino los momentos que compartimos antes de partir. Así, en este «Verano del Veterano», mientras reflexiono sobre el paso del tiempo, me doy cuenta de que hay algo profundamente humano en esas despedidas en las viejas estaciones. Un recordatorio de que, incluso en un mundo de constante cambio, algunos sentimientos son universales y atemporales.

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