MIGUEL SANCHIZ. (Agosto de 2024). Con el decidido propósito de evitar cualquier inclinación política, quiero compartir una reflexión personal sobre un tema que, aunque complejo, toca la esencia de la experiencia humana: la migración. Esta reflexión surge de mis recuerdos de la emigración española hacia Francia, Alemania o lejos de España, en décadas pasadas, contrastada con la realidad actual de los inmigrantes africanos que llegan a nuestras costas. Crecí escuchando historias sobre la emigración española. Con una maleta de cartón, llena más de sueños que de pertenencias, muchos españoles dejaron atrás sus hogares en busca de un futuro mejor. Estas personas, en su mayoría jóvenes y con poca, o ninguna formación académica, se enfrentaron a la incertidumbre y la dureza del trabajo en fábricas y campos extranjeros. A pesar de las dificultades, siempre había un propósito claro: mejorar sus vidas y las de sus familias, a menudo con la esperanza de regresar algún día, pero entre tanto, poder enviar dinero a casa. Esta imagen de la emigración, impregnada de sacrificio y esfuerzo, ha quedado grabada en mi memoria como un ejemplo de resiliencia y determinación. Los emigrantes de esa época, aunque enfrentaban barreras culturales y lingüísticas, compartían un origen común con las naciones receptoras: eran europeos, aunque en esa época, poco o nada contaba esa circunstancia. Esto, de alguna manera, facilitaba su integración, aunque nunca fue un proceso sencillo.
Hoy, el panorama migratorio ha cambiado drásticamente. Los inmigrantes africanos que llegan a nuestras costas se enfrentan a una realidad aún más dura. La travesía peligrosa a través del Mediterráneo es solo el primer obstáculo en su búsqueda de seguridad y oportunidades, cuando su origen no es de proximidad, como es el caso de Marruecos. A diferencia de los emigrantes españoles del pasado, estos individuos suelen llegar sin redes de apoyo, sin conocimiento del idioma y con una distancia cultural significativa. Además, muchos huyen de situaciones de conflicto, pobreza extrema o persecución, lo que añade una capa de desesperación a su éxodo. Pero lo cierto es que en nuestro país encuentran unas facilidades que jamás pudieron soñar los emigrantes españoles. Al observar estas dos realidades, me impacta la similitud en el impulso humano fundamental de buscar una vida mejor. Sin embargo, también reconozco las diferencias sustanciales en los contextos y desafíos que enfrentan estos grupos. La migración, en cualquier forma, es una prueba de la resiliencia y la capacidad humana para adaptarse. Sin embargo, es evidente que las condiciones actuales para los inmigrantes africanos son extremadamente mejores e inimaginables, para nuestros emigrantes, en un tiempo pasado. En este ejercicio de reflexión, me he dado cuenta de que, aunque las circunstancias cambian, la esencia del viaje migratorio permanece: una búsqueda de dignidad, seguridad y oportunidades. Mi deseo es que, como sociedad, podamos responder a este fenómeno con empatía y solidaridad, recordando que detrás de cada historia de migración hay seres humanos con esperanzas y sueños, no muy distintos, en la mayoría de los casos, a los de nuestros antepasados.
Como siempre, acertado en su análisis de la emigración. Su referencia constante a que España ha sido un país justifica su exposición y los valores en los cuales se debe sustentar un fenómeno como el que nos ocupa. Salud, amigo.