«Cuando vine a vivir a Majadahonda, veinte mil habitantes, recuerdo y al acordarme doy cuerda, de nuevo, al corazón, la carretera del Plantío estaba todavía adoquinada. Y en sus merenderos, o tal me parecían entonces, casi se podía ver a González Ruano o a Hoyos y Vinent, ampliando la juerga más allá de “Casa Camorra” en la Cuesta de las Perdices».

VICENTE ARAGUAS. (17 de agosto de 2024). La luz en Centroeuropa sobresalta muy temprano. Hiere la vista; tal vez las cortinas no tengan el punto de cruz velada de las holandesas, y por eso, quizá, por aquí no abunde la pintura de interiores. Sí los techos altos en las casas últimas del imperio austrohúngaro. Y en Olomouc he visto el carruaje del Arzobispo cedido a la Emperatriz María Teresa para su entrada en la ciudad. María Teresa, madre de la pobre María Antonieta. Ah, pero estos techos tan altos que suavizan unos veranos donde, vaya por Dios, al menos se ralentizan de noche. (Un poco salvada la ironía de aquel Marqués de la Valdavia: “lo malo del verano madrileño es que por las noches refresca”.) Y yo solidario con mis paisanos majariegos, sufriendo el calor con techos más bien bajos y estíos, los de antes, con botijo y abanico, me despierto con la luz de Centroeuropa, tan tempranera, y el campanilleo de los tranvías. Tranvías desterrados de la España que queriendo ser moderna abominó de ellos como de una peste antañona y profunda. Sí, los conservan en algunos sitios como carnaza turística o para hacer un guiño ecológico. Y después nada. Me pregunto por qué Viena, Berlín, Praga, Budapest, son ciudades definitivamente tranviarias, sin que a nadie se le caigan los anillos, sin que a nadie le sofoquen los campanilleos. Como estos que escucho intermitentes, con aires de balada, con un no sé qué de seda al deslizarse por los raíles que dan un toque horizontal al adoquinado. Adoquines de Olomouc, mar desplegado en el centro de una ciudad y aun en alguna salida de ella. (Cuando vine a vivir a Majadahonda, veinte mil habitantes, recuerdo y al acordarme doy cuerda, de nuevo, al corazón, la carretera del Plantío estaba todavía adoquinada. Y en sus merenderos, o tal me parecían entonces, casi se podía ver a González Ruano o a Hoyos y Vinent, ampliando la juerga más allá de “Casa Camorra” en la Cuesta de las Perdices).


Vicente Araguas

Ese mar adoquinado, testarudo amor (los mejores, sin duda) hacia un pasado. Con el que no pudieron nazis ni comunistas; un respeto hacia el sueño austro-húngaro, que en Olomouc (y en Pilsen, Brno, Ostrava o Praga) se traduce en una delicadeza extrema, un ponerse en el lugar del otro, eso que ahora se llama empatía y cansa ya por reiterado, algo así como el “en plan” adolescente, otro rasgueo a la guitarra de Mateo. Creo que esta amabilidad tan visible, yo, al menos, la percibo, también de parte de gente que no es de mi trato habitual, tiene que ver con ese punto austro-húngaro, deslizándose con la suavidad de los tranvías que me despiertan, y casi me dan las horas con su campanilleo de carrozas o berlinas asustadizas, timoratas, con miedo de atropellar a nadie.


«Mozart huyendo de la epidemia que asoló Viena en 1767 vino a dar con su frágil osamenta en Olomouc, donde terminó su 6ª Sinfonía».

«Tranvías desterrados de la España que queriendo ser moderna abominó de ellos como de una peste antañona y profunda. Sí, los conservan en algunos sitios como carnaza turística o para hacer un guiño ecológico. Me pregunto por qué Viena, Berlín, Praga, Budapest, son ciudades definitivamente tranviarias, sin que a nadie se le caigan los anillos, sin que a nadie le sofoquen los campanilleos»

Verano con tranvías, ese es el que estoy embebido ahora, mientras escucho el “Ma Vlast”, de Smetana, estatua en un parque próximo, en el que me tiendo a la sombra de los tilos. No, no es el Moldava el río de Olomouc, ya dejé señalado que es el Morava. Y me dejo llevar por el pensamiento melómano, en la cuna de Mahler, porque nació en lo que hoy es República Checa (en Jihlova), y aunque su carrera tuvo lugar sobre todo en Viena dejó su impronta en un período en Olomouc. Y en el hoy Teatro Moravo de esta ciudad hay un busto de Mahler para señalar su paso. Y Mozart huyendo de la epidemia que asoló Viena en 1767 vino a dar con su frágil osamenta en Olomouc, donde terminó su 6ª Sinfonía. No, todavía no se oía el paso acompasado de los tranvías, los de mi niñez entre Neda y Ferrol, ubi sunt?, siquiera fuesen de caballos, como el último que llevó a Bécquer de Sol a Claudio Coello. Habrían de venir todavía. Hasta hoy. Por ejemplo. Como ejemplo. Sí. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión).

 

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