
¿Era Joyce un genio incomprendido o un creador hermético hasta el absurdo? ¿Fue Woolf una innovadora sutil o una escritora demasiado atada a la tradición? En este encuentro, las palabras no tienen límites, y el arte de narrar se convierte en el verdadero campo de batalla. Un salón de lectura etéreo, donde las palabras flotan como humo en el aire, transformándose en imágenes efímeras. Dos figuras están sentadas frente a frente, un café humeante en una mesa invisible.
MIGUEL SANCHIZ. Encuentros en Majadahonda. Virginia Woolf vs. James Joyce. La literatura del siglo XX no puede entenderse sin Virginia Woolf y James Joyce, dos escritores que rompieron con las formas tradicionales de narrar y expandieron los límites del lenguaje y la conciencia. Ambos fueron exploradores del pensamiento humano, revolucionando la literatura con estructuras fragmentadas, monólogos interiores y un estilo que desafiaba las normas establecidas. Sin embargo, aunque compartieron la voluntad de innovar, sus caminos no fueron los mismos. Joyce, con su estilo denso y laberíntico, llevó la experimentación a sus extremos más audaces. Obras como «Ulises» y «Finnegans Wake» desafiaron la comprensión del lector, apostando por la musicalidad del lenguaje y los juegos de palabras más enrevesados. Woolf, en cambio, con su mirada introspectiva y su pluma refinada, convirtió la conciencia de sus personajes en el eje de sus novelas. En «La señora Dalloway» y «Al faro», su prosa fluye como un río, capturando la vida en su esencia más íntima. Pero, ¿hasta qué punto es válida la experimentación en la literatura? ¿Debe el arte narrativo aspirar a la claridad o perderse en la complejidad del pensamiento? Ahora, en el Más Allá, estos dos gigantes de las letras se encuentran en un diálogo eterno sobre el arte de escribir. ¿Era Joyce un genio incomprendido o un creador hermético hasta el absurdo? ¿Fue Woolf una innovadora sutil o una escritora demasiado atada a la tradición? En este encuentro, las palabras no tienen límites, y el arte de narrar se convierte en el verdadero campo de batalla. Un salón de lectura etéreo, donde las palabras flotan como humo en el aire, transformándose en imágenes efímeras. Dos figuras están sentadas frente a frente, un café humeante en una mesa invisible.
WOLF .-Curioso destino el nuestro, James. Nos catalogaron juntos, como revolucionarios de la literatura cuando en realidad nos movíamos en direcciones opuestas.
JOYCE .-Ah, Virginia, pero ¿qué es la literatura sino la ruptura de moldes? Si la vida no sigue una estructura ordenada, ¿por qué habrían de hacerlo?
W.-Porque hay belleza en la estructura, en la musicalidad del pensamiento. No todo tiene de ser un torrente incontrolable de conciencia. ¿Acaso no crees que una prosa bien cuidada es una sinfonía de significados?
J.-Oh, pero la sinfonía más grandiosa no es la que sigue un compás estricto, sino aquella que vibra con la espontaneidad del caos. ¿No es acaso la mente un remolino de asociaciones libres? Yo quise capturar eso, el flujo puro del pensamiento.
W.-Lo lograste, sin duda, pero ¿a qué precio?. Ulises es una hazaña, sí, pero también una montaña escarpada. No todos pueden escalarla. A veces, tus páginas parecen escritas para espantar más que para iluminar.
J.-¿Y no es el ahogo una sensación real, una parte de la experiencia humana? Mi literatura no es un refugio cómodo, sino un espejo en el que uno se enfrenta a su propio desorden. Hay verdad en el vértigo.
W.-Y sin embargo, en mis propias exploraciones de la conciencia, en Las olas, y Al faro quise reflejar la interioridad sin renunciar a la claridad. No buscaba desconcertar al lector, sino hacerle sentir.
J.-Tal vez tu arte sea una danza sobre las olas, mientras que el mío es sumergirse en la tormenta…
W.-¿Y si la tormenta no deja ver la belleza del océano?
J.- La hay, pero está oculta en un laberinto. Requieren una entrega absoluta.
W.-Yo no desprecio Ulises, James, pero a veces me pregunto si tu amor por el lenguaje no te hizo perder de vista al lector.
J.-Tal vez, ¿acaso el arte debe ser cómodo?
W.–No. Pero tampoco debe convertirse en un acertijo indescifrable. En tu obra, a veces siento que el lenguaje se vuelve un fin en sí mismo. Un canto a la complejidad, sí, pero también un muro. En cambio, yo quería que el lenguaje fuera un puente.
J.-Un puente puede ser bello. Pero yo prefería un río sin puentes, donde el lector se lanza y nada, sin salvavidas. ¿No es eso la vida?. [El salón se llena de páginas que giran a su alrededor, como si los libros mismos estuvieran participando en la conversación. En ese vaivén de letras, Woolf y Joyce permanecen en un diálogo infinito. Silencio. En el aire flotan fragmentos de sus libros, entrelazándose como si quisieran fundirse en un solo texto.]
Ni Woolf ni Joyce, Sánchiz por eso se escribe con z final.
Cada vez me asombra más tú capacidad de imaginar encuentros imposibles de la historia. Aunque Woolf y Joyce bien pudieron encontrarse y tener esa conversación ya que fueron coetáneos. Es más los dos nacieron a principios de 1882 y murieron en 1941 con dos meses de diferencia. Ahora su posible encuentro no pudo ser en un café de Majadahonda pero si en París, Londres o Viena.
Incluso tú podría estar presente debajo de la mesa del café tomando notas para luego deleitarnos con tus historias. En este caso POSIBLE.
Dijo Virginia: «¿Acaso no crees que una prosa bien cuidada es una sinfonía de significados? ¡¡¡¡Que maravilla Miguel!!!! Muchas gracias.
Qué maravilla leerte Miguel. Que forma de describir el encuentro imaginario de estos dos personajes y sobre todo que jugosa manera de contarnos cómo era el estilo de narrar, tan diferente, de los dos autores.
Gracias por hacerlos pasar un rato tan agradable con tus historias.