Josep Ensesa Gubert (1892-1981) era un apasionado de la arquitectura. Hijo del industrial gerundense Josep Ensesa Pujades, se formó en Francia, Inglaterra y en la Escuela Industrial de Terrassa para convertirse en el futuro heredero del conglomerado de empresas de su padre.

J. IGNACIO JIMENEZ. (28 de agosto de 2024). Estimado Director, leyendo el magnífico artículo de Miguel Sanchiz sobre el Hostal de La Gavina se me ha ocurrido profundizar un poco no solo sobre el Hostal en sí, sobre el que ya no queda prácticamente nada que decir, sino sobre la península de la Gavina, un lugar privilegiado que ocupa la franja costera comprendida entre la bahía de S’Agaró y la playa de Sa Conca. Esta tierra abrupta, de bellos acantilados y rocosa como pocas, era a principios del siglo XX una zona con escaso valor material, pero donde el joven Josep Ensesa i Gubert imaginó una urbanización de lujo que muy pocos supieron ver como él. Él imaginó un conjunto de mansiones con vistas al mar, grandes superficies arboladas y apartada lo suficiente de las grandes ciudades como Barcelona y Girona como para que resultase atractivo a los ojos de determinados miembros de la alta sociedad que harían de estas mansiones sus residencias de verano. Así se lo propuso a su padre y sin demasiada insistencia, logró convencerle para efectuar esta compra. Es importante saber que el Sr. Ensesa padre era un exitoso industrial de Girona a quien no le dolían prendas las ideas inversoras e innovadoras de su hijo. Por ello y durante casi un siglo, la península de la Gavina fue un refugio no solo de los magnates extranjeros que frecuentaban el Hostal sino de banqueros, miembros de la realeza, artistas de éxito e industriales de la alta burguesía catalana que hicieron de la península de la Gavina su refugio.

J. Ignacio Jimenez

Durante años, se dice que el Sr. Ensesa controlaba directamente los «curriculos» de los posibles compradores de parcelas de la península para que esa idea inicial no quedase contaminada por la arribada de advenedizos, nuevos ricos o cualquiera que hubiese ganado su dinero de forma fácil y rápida. Por desgracia, y aunque a día de hoy la familia sigue controlando el Hostal y se sospecha que también algún otro negocio de la bahía, como la Taverna del Mar, que inicialmente estaba llamada a ser el comedor del Hostal y de los famosos «baños», muy cercanos entre sí, esta política de «selección de personal» cesó cuando falleció el Sr. Ensesa y hoy esta mansiones están pobladas por oligarcas rusos, ucranianos y de otros países del Este de Europa.

Comprometido con el urbanismo responsable, Josep Ensesa ideó una serie de casas pensadas para atraer el interés de quienes apreciaban el arte y rehuían las prácticas especulativas del turismo. Suya es la frase “Que la codicia de unos pocos no desmerezca lo que es patrimonio de todos”.

A veces, cuando camino por el «Paseo de Ronda» que recorre el perímetro de la península por el lado del mar, creo ver la estatua del Sr. Ensesa, recién inaugurada en la plaza del templete al cumplirse el centenario, removerse con una ligera incomodidad y alguna mueca de desagrado. Este Paseo de Ronda es uno de los mas bellos de la Costa Brava y sobre todo, de los más visitados. Lleva el nombre de su creador y permite recorrer en un par de kilómetros, lo mas señorial de la costa, y observar las mansiones, los pinos mediterráneos encaramarse a las rocas y también unas de las pocas formaciones de granito rosa de España. No hay que olvidar que en los principios de la urbanización, y para darla a conocer, se organizaban no solo recitales de grandes cantantes en el Hostal de la Gavina, sino que se llegó a contratar a alguno de los pioneros de la aviación para hacer algún vuelo desde Barcelona, hasta un improvisado aeródromo de las cercanías, lo que en su momento fue impactante para la comarca. La comunicación con Girona estaba asegurada gracias a una de las primeras líneas de ferrocarril de nuestro pais, el célebre «carrilet», que unía Girona con Sant Feliu de Guixols y que mediante una serie de pequeñas estaciones cercanas, como La Font Picant, Castell D’Aro, etc…, permitía un rápido viaje desde Girona. Las malas lenguas cuentan que en algunos repechos del camino, los viajeros podían bajarse, coger uvas de los campos cercanos y retomar de nuevo el tren un poco mas adelante…

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