JOSÉ Mª ROJAS CABAÑEROS. “Creo que una hoja de hierba, no es menos /que el día de trabajo de las estrellas” (Walt Whitman). La vida está llena de decisiones motivadas por factores casuales que pueden abrir caminos insospechados. Y esto es lo que me ha ocurrido con Majadahonda Magazin. A raíz de una entrevista que me hizo el director de este periódico (Federico Martínez Utrera) a mediados de mayo (2020) por un penoso asunto del pleno municipal después del confinamiento, surgió la oferta de una colaboración. Se tituló “Reflexiones desde Majadahonda en tiempos de pandemia” y el 27 de mayo publiqué la primera columna (“Culpa y Dignidad”). El 30 de ese mismo mes nacía la primera entrevista: “Charla con el Dr. Antonio Figueras”). En total han sido 13 columnas con esta, orientadas a la divulgación científica, el pensamiento, la reflexión política y la crítica municipal. Y 17 entrevistas a distintas personalidades de campos tan diversos como la virología, medicina, poesía, biología, derecho, economía, matemática, enseñanza, epidemiología, política, relaciones internacionales, periodismo, empresa y filosofía, que residen en diferentes países afectados por la Covid-19 (España, Bélgica, Argentina y Alemania). Todas ellas buscaban sus impresiones sobre aspectos relacionados con el drama que estamos viviendo y acercar su actividad profesional. Y como todo ciclo tiene un final, hoy le llega a este camino periodístico y se debe hacer balance.


Jose Mª Rojas

Primero los agradecimientos, empezando por Federico y siguiendo con todo el equipo de redacción de Majadahonda Magazin, por su confianza y por favorecer un clima de absoluta libertad creativa, sin la menor censura, y aguantar las impertinencias de mi ego, enseñándome muchas cosas de la comunicación digital. Ha sido una maravillosa experiencia, muchas gracias amigos. Un especial agradecimiento a la paciencia y colaboración de todos los entrevistados: Antonio Figueras, Rafael Nájera, Francisco Sosa Wagner, Xosé Bustelo, Antonio Gamoneda, Ramón Salazar, Mercedes Fuertes, Arcadi Espada, Marina Pollán, José Ángel Hermida, Edith Kordon, Fernando Maura, Ángel Alonso, Susana Solís, José Mª Fernández-Sousa, Omar Coso y Javier Gomá Lanzón. Muchas gracias igualmente, pues sin vosotros esto hubiera sido imposible. Y muchas gracias a los lectores por el seguimiento de esta serie, incluyendo sus comentarios con independencia del signo de los mismos, pues todos fueron útiles y de interés. El objetivo no era buscar respuestas, aunque tal vez algunas surgieron, sino reflexionar sobre los cambios inducidos por esta crisis. Y plantear preguntas para alumbrar el discurrir colectivo. En este sentido va la última columna.

Los homínidos, desde que surgimos en el centro de África, nunca fuimos los animales más fuertes, grandes o rápidos del planeta y las amenazas eran evidentes. ¿Cómo hemos llegado a sobrevivir imponiéndonos a las dificultades de una naturaleza agresiva? La respuesta es clara: el desarrollo de una corteza cerebral que nos ha dotado de una inteligencia cognitiva y emocional. Gracias a ello nos hemos extendido por todo el planeta, hemos superado nuestras limitaciones físicas e incluso estamos explorando los confines de la galaxia. Además, este intelecto aplicado ha llevado a que seamos el único organismo que ha vencido a la evolución, pues en el mundo occidental llegamos a duplicar la esperanza de vida, que debería ser 40 años como en todos los grandes primates. La última porción que se completa de nuestro cerebro (en la segunda década de vida) es la corteza prefrontal, con las mayores diferencias cerebrales con los grandes primates y que interviene en dos funciones críticas para la vida social: la empatía y la capacidad de retrasar el anhelo del premio a cada acción (clave en lo que se conoce como madurez). Y como nuestra especie es eminentemente social eso también es una ventaja evolutiva.

Además, esa inteligencia se ha dirigido hacia nuestro propio ser mortal, pues somos los únicos animales conscientes de que existimos y también que dejaremos de existir, ya que tarde o temprano, indefectiblemente, desaparecemos. Tenemos una identidad individual y a diferencia de los unicelulares no somos clónicos y no habrá jamás en el universo otro ser exactamente igual a nosotros, pero la contrapartida es la limitación temporal. No obstante, sigue siendo la actuación de nuestro cerebro lo que determina esa individualidad: allí anidan nuestros recuerdos, deseos, lo que aprendemos, odiamos, repudiamos o queremos, nuestra forma de entender y asumir nuestro entorno (externo e interno) y lo que cada uno representa o quiere representar. Esta consciencia de nuestra finitud y la soledad de la muerte, produce una angustia (muy estudiada por Heidegger y Sartre) que nos ha marcado en todas las épocas.

El culto a los muertos es exclusivo de los humanos desde muy al principio. Y ello, junto con una búsqueda explicativa de las realidades naturales frente al temeroso asombro de nuestra ignorancia primigenia, debió impulsar la aparición de las religiones. También, como diría Francis Fukuyama en “Los orígenes del orden político”, las estructuras que motivaron el desarrollo de las civilizaciones y sociedades. Esa angustia hacia lo desconocido ha incitado un deseo de perdurar (aunque sea en el recuerdo) y una preocupación moral de dejar a nuestros descendientes una sociedad (“polis”) mejor que aquella que recibimos, siendo esto la base ética de la Política. La palabra idiota procede del griego ἰδιώτης (idiotes), refiriéndose a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados. En nuestro país se tiene mal concepto de los políticos, aunque es injusto generalizar por el ejemplo negativo de algunos que se han comportado en los cargos públicos como idiotas, en el sentido etimológico del término. Sin embargo, existen políticos realmente comprometidos y sinceros en su dedicación a la “polis”, sea cual sea su ideología.

Habitualmente la mayor parte de las personas que se afilian a un partido lo hacen por la ilusión de mejorar las condiciones de la sociedad en que viven. Luego, en algunos casos, eso se convierte en una dedicación absoluta que lleva a la profesionalización, algo que no es malo, siempre que se tenga clara su transitoriedad. Aunque la mayoría de los problemas son comunes, las soluciones políticas son diversas por reflejo de la pluralidad de pensamientos en la ciudadanía, que es positivo por aportar un amplio abanico de opciones. Pero esa diversidad se mal entiende, o interesadamente se busca, hacia un sectarismo maniqueo que conduce al enfrentamiento y la brecha de incomunicación social. La secularización de las sociedades posmodernas no se ha correspondido con una evolución completa de los hábitos políticos, llevando a muchos a un abrazar las ideologías como verdades teológicas y a considerar los líderes como nuevos profetas de su peculiar paraíso (mucho más en España con las tendencias al caudillismo). Y transmutando desde los conflictos religiosos de los siglos pasados a la bronca partidista actual.

En esta línea, es curioso cómo se desprecia el cambio ideológico de los demás, asumiendo que las ideas sobre el mundo no pueden evolucionar individualmente y deben ser las mismas con 20 años que con 50 de edad. La vida es cambio, incluyendo nuestro pensamiento, pero existe quien tiene a gala que toda su familia ha sido siempre del mismo partido, como si fueran hinchas de un equipo de fútbol o iluminados religiosos. Tal vez la necesidad de pertenencia a un clan o tribu sea algo consustancial a nuestro hecho de ser humanos, pues en general se buscan seguridades y los grupos las aportan, aunque sean infundadas, más que las dudas que plasman el cuestionar individual. Pero sólo se vive una vez y cada uno debería ser el director de su propia vida. Capítulo aparte es la propia estructura de los partidos, con un “establishment” (aparato) sembrado de personajes intercambiables, cuyo principal valor no es la lealtad ideológica, sino la fidelidad al que manda: meros capataces o guardia pretoriana, impotentes de incentivar a los militantes o de favorecer el mérito, pues quien carece de ello (más allá del servilismo) es imposible que lo resalte entre los otros. Ni siquiera los llamados “nuevos partidos” son ajenos a estas lacras, pues las han reproducido miméticamente haciéndose viejos antes de nacer.

Con todo ello es urgente generar una forma diferente de hacer política, acorde al siglo XXI y sus retos. Un mundo en el que la biotecnología, la robótica, los algoritmos y el análisis de datos ya están configurando nuestra vida. Se impone una revolución, la rebelión de la ciudadanía que cambie de abajo-arriba la configuración y comportamiento de los partidos: no su eliminación (siguen siendo herramientas necesarias en democracia), pero si regenerando sus actitudes. Y para ello nada mejor que el ejemplo. El ejemplo positivo, virtuoso y didáctico, estableciendo puentes de cooperación inter-militancias en que prime la convivencia y el afán de afrontar juntos los retos (incluyendo la crisis económica y sanitaria que padecemos) y no las estrategias interesadas de las élites partidistas, pues estas sólo buscan su perpetuación en un formato de foto fija. Para ello se precisa que cada uno decida buscar la grandeza de pensar por sí mismo, dignificando la existencia en un nuevo imperativo neokantiano: ser valiente para decir NO. En algunos monasterios zen los monjes pasan meses escribiendo una sola letra, una letra perfecta. Cuando se les pregunta la razón de algo tan poco práctico, la respuesta suele ser: “no sé cuánto viviremos, pero si hacemos una letra sublime significa que al menos hemos logrado algo excelente en la vida”.

Majadahonda Magazin