«En cuanto a los gatos, aplaudo con el aplauso más cordial esta asociación de Majadahonda que vela por ellos. Y que el otro día habían instalado en nuestro Colón su tenderete, como banderín de enganche, a algo bien noble a lo que pienso incorporarme con el mejor de mis miáus»

VICENTE ARAGUAS. (29 de junio de 2024). Un Barco Abandonado: (Los Gatos, Las Ratas). Antes de la recogida neumática de la basura en Majadahonda abundaban los gatos. Los callejeros, esos que en mi Galicia llamamos “ventureiros”. Buscaban comida al aire de aquellos contenedores con ruedas, desbordados a veces. Luego a los “amigos peludos” de las calles majariegas se los llevó el viento del olvido. Los he vuelto a ver últimamente (sitúo mi parcialidad, amo los animales, a estos en particular mucho) en un edificio tan inacabado como la sinfonía de Franz Schubert. Sobre el pavimento cementado, entre la maleza, he visto algunos, alimentados por almas generosas y decididamente felinas. (Creo que entre los que amamos a los gatos y estos hay bastantes afinidades electivas, goethianas si nos ponemos estupendos, aunque a la hora de los gatos me vienen a la mente Poe, Baudelaire o E.T. A. Hoffmann.) Y salgo del paréntesis para decir que la independencia gatuna es algo que uno quisiera para sí y sus congéneres. En la mili recuerdo que había ayudantes conocidos como “perros” y otros como “gatos”, estos menos aferrados al mando pero mucho más resolutivos. Lo que no está siendo quien deba decidir qué hacer con ese barco abandonado, entre Hernán Cortés y Bulevar Cervantes, muerto de risa desde hace unos cuantos años, muestra de la lentitud burocrática española en según qué cosas.


Vicente Araguas

Este edificio, barco varado en el centro de la Majada, incurrió en infracciones urbanísticas graves, es evidente, y la Administración mandó parar. Pero el tiempo, “ventureiro”, sigue pasando, hiriendo a quienes vamos arrastrados por él, y nadie mueve una mano, ni adelante ni hacia atrás, y la maleza se va apoderando de él, de una estructura que viene a decir que la nave estaba a punto de llegar a puerto antes de que viniese la debacle. Sí, hay verjas que impiden que el solar con sus maneras fantasmales se mude en residencia marginal o en Patio de Monipodio. O, por ejemplo, en patria de botellones, lupanar de muy necesitados o letrina al paso apretado, no sé. Pero sí sé que si esto no toma otra cariz, invasión o derribo y a empezar de nuevo. Invasión con todos los daños que pueda ocasionar. Mientras los gatos, pobrecillos, ellos o sus alimentadores parecen tener la culpa del desaguisado. Porque la comida que les dispensan, las buenas almas majariegas, atrae (por lo visto, yo no las vislumbré pero me creo lo que dice el bien redactado cartelito de la foto adjunta) a las ratas. Que últimamente se dejan ver en Majadahonda, incluso en el ambulatorio, si he de dar crédito, y se lo doy, a este medio que me acoge con liberalidad.


«En la mili recuerdo que había ayudantes conocidos como “perros” y otros como “gatos”, estos menos aferrados al mando pero mucho más resolutivos. Lo que no está siendo quien deba decidir qué hacer con ese barco abandonado, entre Hernán Cortés y Bulevar Cervantes, muerto de risa desde hace unos cuantos años, muestra de la lentitud burocrática española en según qué cosas».

Aunque en plena pandemia, transitando por nuestra Gran Vía, muy poco público como se pueden imaginar, yo iba o venía de la compra, me sobresaltó una dama que me gritaba: “¡Mire, mire!”. Miré y vi, al sol tibio del mediodía, en una calle lateral, dos urracas acosando a una rata, casi del tamaño de un conejo, semiaturdida ante la luz súbita. Yo portaba mi bastón de caminante gatuno, esto es, independiente, y luego de ahuyentar a los córvidos, hice lo propio con el roedor, camino de su alcantarilla. Es decir, que en Majadahonda, como en todo el mundo, hay ratas. Muchas más que humanos, sospecho. Cuestión de mantenerlas a raya. Impidiendo que afloren en los barcos abandonados. Reháganse o húndanse de una vez. En cuanto a los gatos, aplaudo con el aplauso más cordial esta asociación de Majadahonda que vela por ellos. Y que el otro día habían instalado en nuestro Colón su tenderete, como banderín de enganche, a algo bien noble a lo que pienso incorporarme con el mejor de mis miáus. Aunque una cosa no quite la otra y entienda a quienes no quieran mudar la Majada en Hamelin. Que aquí no hay flautistas, aunque bien pensado, el de Hamelin, no, que no. *Vicente Araguas es poeta y escritor majariego, autor de “Enseñando Poesía en la Escuela” (Magíster/ Pigmalión).

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