FELIX G. PEDROCHE. *Economista, vecino de Majadahonda y ex militante del Partido Popular. Acabo de leer el artículo del lector de MJD Magazin llamado Lorenzo Valcárcel y no puedo estar más de acuerdo: sabemos que Majadahonda está llena de lamebotas uniformados, miembros de la red clientelar pepera que temen por la desaparición de sus prebendas. Ellos han venido militando de forma pasiva dentro del grupo político hasta ahora mayoritario, acostumbrando a los rufianes que tenemos dentro de la política a medrar en el Consistorio de manera impune y descarada. Los resultados han quedado a la vista de todos, puesto que este municipio marcó el epicentro de la Gürtel, con algún cabeza de turco entrando en prisión bajo la mirada estupefacta de los que le acompañaban y permitían sus tropelías y que hasta la fecha han ido sorteando el escrutinio de esta Justicia a medio pedal.
En España, lo habitual es que la línea editorial de cada periódico, emisora de radio o canal de TV siga el interés del partido político que le procura su financiación. Hablar en nuestro país de periodismo objetivo e independiente es un «rara avis» que sorprende alguna vez. Por desgracia y por esta razón, el tan cacareado «Cuarto Poder» en España brilla por su ausencia. Tenemos una casta política aterrizada de forma torticera e inmoral en el viejo espectro ideológico, en representación de una sociedad civil caduca que nunca tuvo la oportunidad de mediar en su elección, puesto que es el partido político, sin democracia interna y en lista cerrada, el que presenta a esos «candidatos come-sapos» que permitirán que el núcleo duro de su aparato les marque su andadura títere y plasmada en sus comparecencias de moqueta.
Ésta es la «disciplina de partido» y la representación geográfica que nuestros políticos lucen en su solapa, ante el ojo avizor de sus padrinos, a quienes les deben su remunerativo sillón. Las mafias campan por sus respetos dentro de la sede de los partidos, impidiendo que los afiliados tengan representación alguna, siendo literalmente aplastados y marginados por sus huestes de palmeros, que acuden a obtener sus merecidos favores en el intercambio económico de esta red de rufianes. Me quedo perplejo por la facilidad con la que nuestros periodistas y magistrados acceden a cargos institucionales en política, ante la mirada de esta sociedad civil despistada, entretenida en sus programas de tomateo y partidos de fútbol, donde sus actores se despellejan con el ánimo puesto en esos espectadores que ansían calmar su desdicha y marginación nacional.
¿Dónde quedaron la dignidad, la honorabilidad, la lealtad, la honradez, la mirada altiva? A algunos sin duda les resultarán palabras altisonantes, más propias de otro tiempo enterrado en los anales de la Historia de España. Esos caballeros que daban su vida por su patria, enfundados en sus principios y valores. Ahora, «ni credo, ni religión, ni patria, ni bandera«. Todo se somete al egoísmo monetarista y maniqueo de la apariencia vacía con esa «beautiful people» que esperan alcanzar con la mayor rapidez posible. Antes, la línea editorial del periódico, cadena televisiva o emisora de radio seguía un guión respetando a sus lectores, televidentes o radioyentes, que la correspondían con su atención, siendo éste y no otro el argumento publicitario del que se supone vivían sus actores. ¿Qué ocurre ahora con los presupuestos de los que se supone se nutren los mass media? ¿Tienen que ser todo subvenciones políticas tóxicas?
El «honorable e ilustre» juez, Baltasar Garzón, puso de moda el «acceso del magistrado a la política por la puerta grande», aunque luego saliera por la «puerta de atrás», traicionado y arrinconado por su partido, como es habitual entre estos lacayos que tenemos por políticos, dejándose en la gatera honra y cartel. Desde entonces, nos hemos acostumbrado a observar como el núcleo duro del aparato político respectivo posiciona en puestos clave de diputados, consejeros regionales o presidentes de autonomía a nuestros más granados magistrados y periodistas. Ellos esperaban impacientes en la puerta su acceso, como compensación a sus leales y lucrativos favores. Y lo hacían a través del ejercicio de una profesión a la que jamás debieran haber accedido en función de su catadura moral, para desgracia de la sociedad civil que nos une.
Entre tanto, asistimos al silencio anodino y discreto de esos honorables y honestos magistrados y periodistas, que los hay. Esos verdaderos profesionales que se dedican al desempeño de su profesión en el día a día, contando con el respeto de esta depauperada y defraudada sociedad civil, escandalizada por la praxis de sus defraudadores. Es la consecuencia de una Justicia infradotada de medios debido a su exiguo presupuesto y de un periodismo que subsiste en la mendicidad por su precariedad económica. El Poder Judicial y el Cuarto Poder contra las cuerdas en un cuadrilátero totalmente dominado por el púgil político. ¡Por favor, no nos cuenten más milongas!