Federico Utrera y Lucía Agirre

FEDERICO UTRERA. Regreso de Bilbao donde gracias a la amabilidad de la comisaria Lucía Agirre y la diligencia de la periodista Idioia Arrate pude visitar el museo Guggenheim para estudiar y disfrutar la exposición titulada “Bill Viola”, a secas. El agradecimiento es doble, no solo por la invitación sino por las inoportunas fechas: el buque insignia cultural de la ciudad se encuentra varado en la ría con los fastos de su XX cumpleaños y quiso la feliz casualidad que hasta la fotógrafa Kira Perov, esposa del videoartista norteamericano, visitara la ciudad también ese mismo día. Como de bien nacidos es ser agradecido, quede en primer lugar mi testimonio antes de emprender esta tarea crítica que a todo investigador obliga. En esto las comparaciones no pueden ser nunca odiosas y ese método se impone: tras acudir a las últimas exposiciones de París y Florencia, teniendo como anfitriones al Grand Palais y a la Fondazione Palazzo Strozzi, había que comprobar si Bilbao había estado a la altura.


Kira Perov, John Hanhardt y Bill Viola con el catálogo

La primera sorpresa fue el catálogo, traducción al español de la monografía que John G. Hanhardt ha publicado recientemente para la editorial Thames & Hudson. Como ya me ocurriera en la muestra de Florencia, me llevé la agradable alegría de que Hanhardt reconociera mi libro “Viola on Video” entre la bibliografía seleccionada del artista. Y es por ello que al ser esta su única biografía (además bilingue) el destino parece otorgarme el azaroso honor de haber sido pionero en la materia. Hanhardt, quizás el mejor y más antiguo especialista en Bill Viola, amplía además su trayectoria hasta la primera década de 2000 y aporta incluso nuevos datos que mi monografía no recogía, pero con rubor confieso que me he sentido muy reconocido en ella: Paik, Cage, Tudor, Campus, el profesor Nelson, David Ross, Youngblood, Mc Luhan, Fuller, Nakaya, la Sony, Tanaka, Shinohara, Art Tapes 22, Varese, Ibn Arabi, Rumí, Hussein Nasr, Brakhage, NIN, los TV Lab de WNET, ZKM, ZBS… Nombres que forman parte del «universo Bill Viola» y que solo los muy admiradores del artista apreciamos en su valiosa aportación formativa.


«Viola on Video» de Utrera y «Vidas» de Vasari

Y ahí figura también España. El esfuerzo que una modestísima editorial andaluza, apoyada por varias universidades, hizo para situar a Bill Viola en el mapa de las biografías de artistas, tal y como hiciera Giorgio Vasari en el siglo XVI, acompañada además de un primer catálogo razonado de su obra que unificaba y ampliaba los del MoMA y el Whitney de Nueva York, solo es comparable al bíblico tino que David realizó frente a Goliath o al de Sansón con las no menos célebres columnas del templo de Gaza. Quede, pues, para la leyenda, como decía el joven poeta Leopoldo Alas, bisnieto del escritor, esta gesta que se diseñó además desde una bella esquina del mundo que sigue siendo la provincia de Almería. Y como postre, el Festival Internacional de Cine de esta provincia dedica este año la sección de videoarte precisamente a Bill Viola, tras las ediciones anteriores de Nam June Paik (Corea), Yoko Ono (Japón), Julian Rosefeldt (Alemania) y Michel Houellebecq (Francia).

Tom Wolf: «La palabra pintada»

Allí aprenderemos a mirar y no solo a leer. “Francamente, hoy en día, sin una teoría que me acompañe, no puedo ver un cuadro”, confesaba con ironía no exenta de mordacidad, el periodista, escritor y crítico de arte norteamericano Tom Wolf. Y si hay un autor contemporáneo al que precisamente le sobran las palabras es a Bill Viola. De ahí el interés que suscitan algunas de ellas, sobre todo las de John G. Hanhardt, que ha comisariado algunas de sus exposiciones y patrocinado incluso sus obras. El nos habla en el catálogo de Bilbao de la “influencia” de Nam June Paik sobre Bill Viola, que llegó incluso a ser una vez su asistente en una exposición del Museo Everson de Siracusa (Nueva York).

Tudor y Cage

Yo creo, en cambio, que más que influencia hubo admiración, porque todos los primeros videoartistas salieron del cascarón al mismo tiempo, aunque es cierto que a diferente edad. Bill Viola era en 1973 un estudiante de 22 años pero ya exponía con Nam June Paik, Bruce Nauman, Richard Serra o Peter Campus. Nadie había hecho más cintas que nadie en aquel tiempo. El vídeo seguía siendo realmente nuevo, todos lo estaban descubriendo juntos. La performance, la música clásica y sinfónica reinterpretada por esa maravillosa pareja que era John Cage y David Tudor o el cine experimental eran las verdaderas influencias. Bill Viola se licencia en Estudios Experimentales por la Facultad de Artes Visuales y Escénicas de Siracusa en 1973 y al año siguiente expone su segunda muestra en “The Kitchen Center”, el laboratorio de los Vasulka en Nueva York (1974). Su muestra se titulaba “Bill Viola: Video and Sound Installations”.

BV en el funeral de NJP y con su viuda y artista Shigeko Kubota.

En aquel momento todos estaban en un plano de igualdad porque ninguno sabía bien como usar el vídeo. Era el principio del medio, meramente experimental, algunos de ellos salían horrorosos, pero hoy se admiran con el mismo encanto que la pátina del tiempo da a los viejos cuadros. Para los especialistas y adictos, verlos ahora es un delicioso placer, pero a las masas las espanta con razón por su mala calidad, sobre todo técnica, dado el vertiginoso avance de la tecnología. Así que mientras los historiadores oficiales dilucidan estérilmente si en videoarte fue antes el norteamericano de origen coreano Nam June Paik o el alemán afincado en Extremadura, Wolf Vostell, creo que la respuesta al enigma es colectiva: la pionera fue toda una generación enormemente singular a la que perteneció Bill Viola. Ella escogió una de las herramientas de comunicación dominantes –la televisión se llamaba entonces– y trataron de hacer un arte que se bautizó como Mass Media Art, dando un paso radical “que no hemos visto desde el Renacimiento o, posiblemente, desde la época barroca”, según sostenía entonces el propio Bill Viola.

Norman Scott en vídeos de Bill Viola

Otro de los aciertos del catálogo de John G. Hanhardt en Bilbao es documentar al primer Bill Viola como “performer”. En “Ruido de árbol” (Tree Noise, 1973), el videoartista se subió a las ramas de uno de ellos para adaptar sus sentidos a la ecología y colgó después fotografías con Polaroid. Hoy la mayoría de los actores de sus obras vienen del campo de la “performance” y la comisaria Lucía Agirre me explicaba con pesar que Norman Scott, actor principal de «Inverted Birth» y «Earth», falleció repentinamente el 17 de abril de 2016 tras rodar su último video. «Fue excepcionalmente talentoso y creativo y será muy echado de menos», lamentó Bill Viola en su obituario. Por esas obras se merecería uno de esos «oscar» de honor del videoarte, donde no solo figuran ya los “famosos” Weba Garretson, John Fleck, Tom Fitzpatrick, Lois Starck o John Hay, los primeros que protagonizaron sus creaciones. Y había muchos más: Ernie Charles, Butch Hammett, Willie Jackson, Valerie Spencer, Richard Stobie, Angela Black, Suzanne Peters, Hector Contreras, Dan Gerrity, Michael Eric Strickland, Robin Bonaccorsi o Bonny Snyders y Melina Bielefelt. Ahora se han incorporado más recientemente Chad Wolker, Tomas Arceo, John Brunold, Cathy Chang, Joanne Lindquist, Genevieve Anderson, Joan Chodorow, Jeff Mills, Lisa Rhoden, Sharon Ferguson, Anika, Cornelia, Helena Ballent, Tim Ottman, Valerie Spencer, Ivan Villa, Luis Accinelli, Kwesi Dei, Darrow Igus o Penelope Safranek. Y hasta sus hijos Andrei y Blake Viola, revelándose también como intérpretes que prosiguen una de esas sagas que tanto ha dado el audiovisual norteamericano.

Kira Perov tras “Chapel of Frustrated Actions» y Jeanne Hébuterne por Modigliani

La presencia de Kira Perov y del propio Bill Viola en esas producciones merece un comentario aparte. Ultimamente la fotógrafa australiana está adquiriendo un papel público más prominente en sus obras y así lo refleja el catálogo y la prensa, pero si su labor como productora audiovisual y gráfica es ya inseparable del artista –además es la única que puede sacarle de sus “bloqueos” estéticos– eso no significa que sea “coautora” de sus piezas, como se ha llegado a escribir. Y eso en nada la desmerece. Gracias a ella salió toda la serie japonesa. O “Stopping Mind”, que yo traducí como “Bloqueo Mental” y que en el catálogo aparece como “La mente que se detiene”. Pero más allá de una afortunada o desafortunada traducción al español, el video refleja la imagen de los tulipanes más hermosos que ha dado el arte moderno desde que los inmortalizara Van Gogh. Kira Perov es a Bill Viola lo que Dora Maar fue a Pablo Picasso o Jeanne Hébuterne a Amedeo Modigliani, cuyo conocido retrato curiosamente se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Bilbao con la Colección Alicia Koplowitz al mismo tiempo que se exponían los del videoartista. Y la diferencia de espacio y número de asistentes ya es sintomática de un cambio de época. Kira ha sido y es musa y modelo, en momentos de penuria y ahora de abundancia, pero sobre todo es gracias a ella que han salido a la luz sus mejores obras, pues si solo hubiera sido por el carácter algo depresivo y autoexigente del artista, no hubiéramos visto una buena parte de su producción.

«Il Vapore» (1975 y 2017)

Por eso es tan importante en su vida la sonrisa cotidiana de una mujer. Eché en falta en Bilbao y en su catálogo esa apelación al humor, característica posmoderna que define la genialidad con respecto a épocas anteriores y que tanto valora Bill Viola. Aunque solo sea por eso que decía el poeta Leopoldo María Panero: «el humor es la última salida de los desesperados». Nunca olvidaré nuestro encuentro en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde Bill Viola exhibía algunos de sus vídeos coincidiendo con su escenografía audiovisual para el “Tristán e Isolda” de Wagner en el Teatro Real. Cuando me identifiqué –solo nos conocíamos a través del email– hizo un aparatoso gesto teatral de reverencia, lanzó al aire una espontánea expresión de alborozo y prosiguió con un tierno abrazo que me sonrojó. Fue así, arrancándome una sonrisa, como agradeció mi biografía, lo que para mí fue el mejor regalo que pudo hacerme. Viene esto a cuento de la obra “Il Vapore”, que se volvía a exhibir este 2017 en Florencia y a la que Hanhardt alude, pero prescindiendo de una de sus principales esencias. El crítico la comenta en el catálogo de Bilbao con enorme transcendencia vinculándola al ritual casi religioso de preparar el té, y en verdad que lo tiene, pero el primer plano de esa olla con agua que hervía y que se evaporaba lentamente con unas hojas de eucalipto de olor muy fuerte, también era otra cosa. Se trataba de la única pieza que, además de ser una obra de arte, podía curar el resfriado, según señalaba el propio autor con bastante gracia.

Phil Esposito y Blake Viola

Esto me da pie para hablar del autorretrato en Bill Viola, un género al que Hanhardt atribuye propiedades casi místicas y relacionadas con el paisaje físico y espiritual. El Bill Viola reflexivo e intelectual –capacidad en él nada desdeñable– me enseñó también que la naturaleza grabada en vídeo no solo es reflejo de la “realidad” sino del pensamiento del que graba. Y que el mejor soporte no es la pared de la cueva, la tabla de madera, el lienzo de tela o la pantalla de plasma sino la mente del que observa. Por eso cuando al artista le falta dinero para contratar modelos, el más cercano y barato es uno mismo. O su pareja. Cuando ganó algo para poder pagar actores contrató a Phil Esposito en “The Crossing”, un “performer” de enorme parecido físico al suyo. Y cuando vi en el catálogo de Bilbao “Inner Passage” (Travesía interior, 2013) pensé que había vuelto a las andadas. Fue aún mejor: se trataba de su hijo Blake Viola, vivo retrato de sus padres y al que no identifiqué, pues estaba muy cambiado desde que en 2007 interpretó “Ocean Without a Shore” en la Bienal de Venecia. Ahí sí que percibí una mística en forma de mensaje audiovisual sobre el nacimiento invertido y la resurrección y/o reencarnación de los cuerpos y las almas.

Etapas en Picasso

En mi biografía y catálogo razonado yo había distribuido las fases artísticas de Bill Viola (1972-2000) no solo de manera cronológica sino por “etapas”, pero en lugar de denominarlas como “azul” o “rosa” como hicieron con Picasso, y dado que en videoarte el color es sustituido por el tiempo, les adjudiqué un espacio físico y mental independiente de su cronología. Así surgió la “niñez y adolescencia”, la “primera etapa”, “italiana”, “cosmológica”, “televisiva”, “japonesa”, “norteamericana”, “budista” y “española” hasta llegar al “Tránsito” hacia el siglo XXI, que es donde el videoartista a mi juicio muestra su mayor madurez y plenitud. John G. Hanhardt también hace algo parecido y confiesa que ha organizado su texto “a modo de espiral” y es así como aparecen en él “estaciones” para mí desconocidas, como su exposición en Bélgica (1974), que habrá que incorporar a su próximo catálogo razonado.

El sueño de la razón (BV y Goya) y “Truth Through Mass Individuation” (BV)

Hanhardt reduce las etapas a obras concretas, siendo la española representada por “El sueño de la Razón” (homenaje a Goya y a su grabado con el célebre búho) y “Habitación para San Juan de la Cruz”, en la que se escucha perfectamente audible el poema de Juan de Yepes como fondo, leídos por el videoartista español Francesc Torres: “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero…”. Y se abona a la leyenda negra de una sociedad española “corrupta y demente” denunciada por Goya. La crítica es bastante aproximada pero no menor que la que el propio Bill Viola hace en “Truth Through Mass Individuation” (La Verdad a Través de la Individuación de las Masas), cuando el domingo 26 de septiembre de 1976, a las ocho de la mañana exactamente, el videoartista se graba disparando con un rifle en la soledad nocturna de la esquina de las calles Cedar y Nassau, distrito de Wall Street. O cuando se sumerge en un estudio antropológico de un pueblo amerindio afincado en la reserva del Pueblo Navajo, Estado de Arizona, formada por unas 10.000 personas, con la misma curiosidad y cariño con que la pintora norteamericana Barbara Latham –a quien el videoartista le dedica su ensayo “History, 10 Years, and the Dreamtime”– dibujaba a los indios de Taos (Nuevo Méjico): “el pasado más profundo de América hay que buscarlo en “el otro”, una raza distinta de gente despojada de sus bienes o relegada. La idea distorsionada de que el paisaje natural está muerto (“materia inanimada”) es consecuencia del hecho de vivir en una tierra que no tiene una historia que contar”, escribe el videoartista.

Eternal Life (BV)

Mi último agradecimiento es al trabajo de Nuria Saurina, la traductora al español de la monografía que presenta el Guggenheim de Bilbao. Era todo un reto cuando publiqué esa pionera monografía en 2011 -precedida de una tesis doctoral que fue Premio Extraordinario en 2012 y que el propio Bill Viola recibió en Long Beach– poner título en español a sus obras. “Inteligencia dame el nombre exacto de las cosas”, escribió el poeta y Premio Nobel Juan Ramón Jiménez y así intenté que mi palabra fuera la cosa misma, creada por mi alma nuevamente, “¡Inteligencia, dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas!”, según se lee en su libro “Eternidades”. Esa misma “Vida Eterna” (Eternal Life), dibujo que el artista le regaló a Gene Zazzaro y que recuerda como la pintura de ayer fue el origen de lo digital hoy. Así, creo que Nuria Saurina mejora el título de la obra “The Morning After the Night of Power” y la bautiza como “La Mañana después de la Noche del Destino” y no del Poder, como apresuradamente escribí.

«Going» en Bilbao

Sin embargo, la célebre “Going forth by Day”, con la que me devané los sesos hasta encontrar “El Camino Inexorable hacia la Luz”, ella la transforma en “Avanzando cada día”, que a mi juicio sintetiza mejor pero sintoniza menos con el espíritu y literalidad del Libro de los Muertos del Egipto de donde procede. De hecho es el propio Hanhardt quien sugiere un nuevo título, mestizaje entre ambos, que daría lugar a bautizarla nuevamente como “Avanzando hacia la luz”. Más claro parece que “The Quintet of Astonished” sea “El Quinteto de los Atónitos” y no de los “Estupefactos”, pues ya de hecho se nombraron así más certeramente en aquel catálogo de la exposición que lo hizo por primera vez en La Caixa de Madrid (2004).

“Chapel Of Frustrated Actions And Futile Gestures”

En resumen, Bilbao fue una fiesta y estuvo a la altura de Bill Viola al mismo lugar que París y Florencia, tanto en el plano expositivo, como en el didáctico y textual. Si la capital francesa exhibió con majestuosidad sus grandes dimensiones audiovisuales y la ciudad italiana su diálogo con los clásicos, Bilbao optó por una cuidada antología bien planteada y mejor ejecutada. Lo de menos fue su principal novedad, la obra “Chapel Of Frustrated Actions And Futile Gestures” (2013), que sin la espectacularidad de las piezas del pasado reciente, añadía solo la última hora del videoartista. Más llamativo fue que el coqueto Guggenheim español introdujo también en su perímetro una original escultura de niebla de la artista de “Cloud Art”, Fujiko Nakaya, recordatorio de aquel evento de 8 días que tuvo lugar en las montañas japonesas cerca de Nikko donde Bill Viola compuso “Tunings from the Mountain” (Sintonías de la Montaña, (1980), una composición musical-performance sonora con 8 canales de sonido instrumental al aire libre. El diálogo de las obras más representativas sobre el desierto, correspondientes a dos etapas diferentes (“Chott el Djerid” (1979) confrontada a “Walking On The Edge”, “The Encounter” y “Lifespans” (2012), fue otro hallazgo. El resto era una selección de lo mejor de sus distintas etapas, una suerte de “suite” poética ideal para los que no conocieran al artista y quisieran experimentarlo por primera vez o para otros que ansiaran recrearse de nuevo con una exhibición sobre lo que a buen seguro traerá el futuro del arte.

No obstante, por mucho que como crítico e historiador alabara esta exposición bilbaína, mi opinión ya no sería decisiva. El nuevo arte digital se diferencia del analógico en que si hasta el siglo XX los únicos que marcaban la tendencia eran los especialistas, en el siglo XXI esa corriente la determina una arrolladora amalgama informe compuesta además por el público, los mass media y los marchantes y compradores, junto con los museos. Conversando con el historiador de arte Gerard Vilar me lo explicaba a través de su libro rompedor de “clichés” y titulado muy atinadamente “Desartización”: “Los expertos ya no juzgan y han perdido autoridad. No se puede juzgar la obra de Antoni Muntadas con los criterios con que se juzgaba la de Julio González o la de Tapies en los años cincuenta”. En este nuevo canon artístico de esta nueva época, Gerard Vilar añade a la opinión de los expertos, la del público masificado, la de los intereses políticos y la del mercado, para configurar así una nueva forma de valorar las obras de arte. Parece que esto es innegable, sin embargo apenas muy pocos lo confiesan. ¿Por qué este silencio y poco juicio crítico en torno a los nuevos cánones artísticos? Gerard Vilar lo desarrolla y cita a Jean Luc Godard, Matthew Barney y Bill Viola como tres artistas que producen “arte crítico”, lo que da lugar a una interesante respuesta sobre por qué se ha fijado en ellos.

F. Utrera ante la escultura de niebla de F. Nakaya en el Guggenheim de Bilbao

Bilbao cierra así la última muestra de Bill Viola en España y el primer balance que hay que reflejar es el éxito de público además del de la crítica. Hace tan solo un lustro, cuando publiqué su biografía, no era así, y es que vivimos una extraordinaria aceleración del tiempo que el videoartista contrapesa con mucho tino a través de su cámara lenta. “Las Pasiones” (2005) habían suscitado en la antigua sede de La Caixa en la madrileña calle Serrano una fila india de curiosos de apenas un centenar de personas y eso ya fue sorprendente, pues era la primera vez que ocurría en una exposición de vídeo en España. Diez años después, en los 5 meses de 2014 que estuvo en el Grand Palais de París, lo visitaron 257.450 personas, según las cifras oficiales. Y fui testigo de las masivas colas. En Florencia, fueron más de 100.000 personas los que lo vieron en 5 meses, con la particularidad de que el 80% de los que visitaron la exposición reconocieron que fueron a la ciudad solo para verla. Y todo ello sin contar las asistencias a los otros 5 espacios de la capital y la región Toscana con obra suya. El Guggenheim recibió durante junio y julio a 253.298 visitantes y en agosto 68.949, la mayor afluencia de público en sus veinte años. Y la exposición se clausura a primeros de noviembre, con lo que faltarían por computar 2 meses más. La cifra de visitantes anuales del museo ronda el millón, por lo que probablemente Bill Viola acaparará el 50% de las visitas de 2017. Bendita locura. Y es que algo profundo ha cambiado en el mundo del arte y Bill Viola, como antes Picasso y previamente Cezanne, han venido a mostrarlo.

Majadahonda Magazin