«Les confieso que hasta última hora me he resistido a caer en el tópico, me había prometido no decirlo, pero me resulta imposible. Si hay un día en que hay decirlo es este. Señoras y señores, yo vengo hoy a esta Casa de la Cultura de Majadahonda a hablar de los libros de Umbral. Reconozco que soy un tipo osado y hasta con una pizca suicida, porque solo a mí se me ocurre venir a hablar de Umbral, en su pueblo y en presencia de su viuda, María España«

JUAN ANTONIO TIRADO. Charla sobre Francisco Umbral celebrada en la Casa de la Cultura de Majadahonda el 17 de marzo de 2025. Muy buenas tardes a todas y a todos. Antes de nada, quiero expresar mi agradecimiento a la Asociación de Mujeres de Majadahonda por haberme invitado a dar esta charla, a todos ustedes por haber acudido a la cita y de manera muy especial a María España, la viuda de Umbral, que nos honra con su presencia. Les confieso que hasta última hora me he resistido a caer en el tópico, me había prometido no decirlo, pero me resulta imposible. Si hay un día en que hay decirlo es este. Señoras y señores, yo vengo hoy a esta Casa de la Cultura de Majadahonda a hablar de los libros de Umbral. Reconozco que soy un tipo osado y hasta con una pizca suicida, porque solo a mí se me ocurre venir a hablar de Umbral, en su pueblo y en presencia de su viuda. En fin, ya no queda otra que seguir palante. Lo de la osadía me viene de antiguo. Con veinte años, en tercero de Periodismo, le di una charla, también sobre Umbral, a mis compañeros de clase. Algunos de ellos todavía se acuerdan. En cuarenta años me ha dado tiempo a matar varias veces al maestro, pero siempre resucita. Lo de la afición a la escritura de Umbral me viene de la adolescencia y se la debo a un profesor de bachillerato, de mi instituto de Archidona, en Málaga hacia el que yo sentía devoción. Uno de esos profesores que no se olvidan jamás. Se llamaba y se llama Antonio Cabo, y fue la primera persona a la que yo le oí hablar de Umbral. Fue en clase de Literatura y nos comentó que había un escritor, relativamente joven, que no aparecía en los libros de bachillerato pero que tenía una escritura muy rica y original, provocativa también. Era 1976. Yo me quedé con ese nombre en la cabeza y poco después leí su primer libro, un ensayo que estaba muy bien y que se titulaba «Tratado de perversiones».

«Antes de nada, quiero expresar mi agradecimiento a la Asociación de Mujeres de Majadahonda por haberme invitado a dar esta charla, a todos ustedes por haber acudido a la cita y de manera muy especial a María España, la viuda de Umbral, que nos honra con su presencia».

UMBRAL ES UN ESCRITOR MUY ADICTIVO, al punto de que hay gente que cae en sus páginas, a modo de telas de araña, y les cuesta un mundo salir, si es que salen. Les contaré un caso curioso: estaba yo en una librería de segunda mano, en Madrid, por Goya, cuando escuché a un hombre, de unos cuarenta años que preguntaba por varios libros de Umbral. Me extrañó porque no eran de sus grandes obras, sino de algunos muy raros y seguramente descatalogados como «España cañí», «Museo Nacional del mal gusto» o «Las jais». Como me sorprendió esperé a que saliera y le pregunté: ¿Tú eres muy aficionado a Umbral, verdad? Me dijo que sí. El hombre era taxista, dejó el taxi aparcado en Goya y se vino caminando conmigo casi tres kilómetros hasta mi casa en la Plaza de Olavide. En el camino me contó que prácticamente solo leía a Umbral, que trabajaba con el taxi por la noche y que de día dormía y leía, alguna vez algo de Marsé o de Marías, pero básicamente a Umbral. La influencia de Umbral ha sido y es muy poderosa en los columnistas. Hace poco le leí a Ignacio Camacho que todos los articulistas de los años 80 eran hijos de Umbral y los que han venido después, nietos. Umbral colonizó, vampirizó incluso la manera de escribir en los periódicos, en cierto modo, causó destrozos porque creó bastantes umbralitos.

TENGO LA IMPRESIÓN DE QUE EN BUENA MEDIDA ES ESA PRESENCIA EN LOS COLUMNISTAS LO QUE LE MANTIENE VIVO. Es bien sabido que cuando un escritor muere pasa a una especie de limbo, de olvido, del que tarda en salir si es que sale. No es el caso de Umbral. Desde que murió la editorial Espasa Calpe ha publicado no menos de una decena de títulos suyos y lo que es más sintomático sus libros se mueven mucho en las librerías de segunda mano. Así me lo comentan los libreros y el caso es que ocurre lo contrario, por ejemplo, con Camilo José Cela, que está completamente muerto en esas librerías. Un librero me decía hace unos días que no sabía si la búsqueda de libros de Umbral era un fenómeno especialmente madrileño, pero que era una evidencia.

UMBRAL ES UN ESCRITOR MUY PECULIAR, NO SE PARECE A NADIE, O A CASI NADIE. En algo puede recordar a su admirado Ramón Gómez de la Serna y es incluso más del corte de su también admirado César González Ruano. En todo caso no es propiamente un novelista, ni un poeta, ni un ensayista, ni desde luego un dramaturgo. En los 130 libros que publicó, que se dice pronto, cultiva un mismo género: el umbralismo. En buena medida, todos sus libros son el mismo libro. Borges dijo de Quevedo que era un escritor verbal, a quien más que las tramas le interesaban las palabras. Umbral es sobremanera un escritor verbal, un enamorado de las palabras. Tiene una sintaxis muy suelta, una espléndida capacidad para la adjetivación y una enorme facilidad para crear metáforas sorprendentes. Fernando Lázaro Carreter dijo de él que era uno de los mejores prosistas del siglo XX en España. Umbral conjuga muy bien el lenguaje culto y el de la calle, el cheli, etc.

«LA NOCHE QUE LLEGUÉ AL CAFÉ GIJÓN». Probablemente Francisco Umbral escribió bastantes de sus mejores libros en la década de los setenta. Entre ellos está «La noche que llegué al Café Gijón», en el que cuenta cómo llegó, a primeros de los sesenta, de su provincia a Madrid, con la idea fija de triunfar en la literatura. Leo las primeras líneas: «la primera noche que entré en el Café Gijón puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie, entre la barra y las mesas, que no podía moverse en ninguna dirección, y algunas caras vagamente conocidas, famosas, populares, a las que en aquel momento no supe poner nombre. Podían ser viejas actrices, podían ser prestigiosos homosexuales, podían ser cualquier cosa. Yo había llegado a Madrid para dar una lectura de cuentos en el aula pequeña del Ateneo, traído por José Hierro, y encontré, no sé cómo, un hueco en uno de los sofás del café». (Continuará).

Majadahonda Magazin