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La Vieja Galería de Majadahonda: «Tan pequeña y, sin embargo, tan grande. Tan única que el tiempo pasado, pasadísimo de fecha, no puede con ella. Y ahí resiste, enhiesta, testaruda como el mástil aquel en cuya cofa se asentaba Rodrigo de Triana antes de lanzar el grito de: «¡Tierra!».
VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda,17 de febrero de 2025). De nuevo la Vieja Galería. Entrando por San Joaquín (en paralelo, Santa Ana, ¡ah, la vieja costumbre de los emparejamientos: Indibil y Mandonio, Isabel y Fernando, Ortega y Gasset, Mauri y Maguregui!) o bien por San Isidro, cerquita Santa María de la Cabeza (Cortés y Malinche, Gabriel y Galán, Manolete y Arruza, Callas y Onassis) tenemos la Vieja Galería. Tan pequeña y, sin embargo, tan grande. Tan única que el tiempo pasado, pasadísimo de fecha, no puede con ella. Y ahí resiste, enhiesta, testaruda como el mástil aquel en cuya cofa se asentaba Rodrigo de Triana antes de lanzar el grito de: «¡Tierra!». Y ello después de que toda la noche oyesen pasar pájaros, casi como en la novela de Caballero Bonald. (Estos días andan por los suelos majariegos, muy cerca, muy cerca, en el asfalto de las paradas de autobús, esas aves graciosas, ligeras, llamadas popularmente lavanderas; un placer verlas a pie de viandante, ¡ah las aves de estación!) Y la galería, la Vieja Galería, sin embargo, resiste: flores, herborista, bodega, ordenadores, joyería, aguantando el tipo y la osamenta, la espina dorsal, la médula espinal, lo que aportan estos valientes del pequeño comercio, merecedores de nuestro apoyo.
COMO LA SEÑORITA DE “RETAHILAS”, donde hubo “in illo tempore” un cocedero de mariscos adonde íbamos los domingos a ver si prendía en nosotros el olorcillo a gambas que Manolo Summers imputara a un concejal del régimen, aquel que algunos añoran (“hay gente pa tó”, como dijo ”El Guerra” cuando le presentaron al “insigne polígrafo”, ya no sé si Ortega o Gasset, que con las parejas nunca se sabe). Pues bien, hoy fui a “Retahilas” a encargar un “Don Gil de las calzas verdes” que me urgía. Y le dije a la joven que me atendió que sí, que vivan las librerías así, que ya está bien de tanto “Amazon”. Por lo mismo, en Santa María de la Cabeza, cerquita de San Isidro, (este orando mientras los ángeles labran por él), está Copy Graf, Chus al frente, donde me pierdo, y encuentro, a mucho mejor precio que en copisterías de más ringorrango, nombres en inglés y precios para plutócratas.
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«Me gusta entrar en La Vieja Galería, y ver cómo permanecen rótulos añejos, “Bodegas Sanz”, por ejemplo, con una tercera generación trabajando en ella»
VOLVIENDO A LA GALERÍA DE TODA LA VIDA, me gusta entrar en ella, y ver cómo permanecen rótulos añejos, “Bodegas Sanz”, por ejemplo, con una tercera generación trabajando en ella. Me muevo por las galerías de internet, encuentro en ellas restos de cuando se intentó darle vida dominical a nuestra Galería, con tiendas de artesanía y ropas asequibles. Este aire de clásicos de provincia, como en el disco de Carlos Vives. La música callada, sin embargo, en esta Galería donde mis fantasmas escuchan todavía el correr de las páginas de la librería de lance de “Las Pilares”. Y el motor apagado del coche en que se habían acuertelado por algún mal rollo con las autoridades. Y me acuerdo de Elías, en la carnicería. Y el joyero Rafael, que murió hace ya mucho tiempo. El que me tiene a mí acantonado en esta calle San Isidro, esposo de Santa María de la Cabeza, (esta manía tan española de emparejar).
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«El invierno majariego me lleva a las herboristas de la Vieja Galería a comprar eufrasia. Una hierba que produce estupenda infusión para molestias oculares»
Y VEO LAS LAVANDERAS, TAMBIÉN LLAMADAS «AGUZANIEVES», orillando las calzadas a la busca de algún grano, de alguna brizna caída en el invierno majariego. Que me lleva a las herboristas, de la Vieja Galería, a comprar eufrasia. Una hierba que produce estupenda infusión para molestias oculares. Y me atiende Raquel, andaluza, una dama muy agradable, víctima ella también de la debacle del Muladhara. Un daño irreparable para nuestro barrio. Que antes era nuestro pueblo pero de eso hace ya tanto tiempo. Tanta melancolía como el aire que respira la Vieja Galería, y sin embargo tan nueva como esas lavanderas, buscando, tal vez, emparejarse. ¡Quién lo sabe!