VICENTE ARAGUAS. Y la niebla majariega. Bajaba el sábado, 14 de diciembre (2024), hacia El Carralero. Iba yo camino de mi exilio natatorio, ahora que algún “malaje”, mal ángel, dicen que dicen, me ha dejado sin mi gimnasio de cabecera. Iba yo hacia El Carralero (RAE: tonelero, barrilero, cubero, cazumbrón), en búsqueda del lugar que ha dado en acoger mis brazas, croles y espaldas; la mariposa la dejo para brazos y torsos juveniles. Enfilaba ya La Oliva cuando me invade la niebla, algodón grisáceo, esencia vaporosa, voz silenciosa que se expande sin miedo al oxímoron. Me dejo llevar de ella, bien que el río, Guadarrama en nuestro caso, la favorezca, la empuje hacia el Aulencia, sepulcro sus riberas de la carcasa de una tanqueta rusa. El Río Guadarrama, ceniza hoy de lo que fuera, vertedero de inmundicias hasta la Gran Cloaca. Lástima de niebla que no despiste a quienes todo lo empuercan haciendo de nuestros ríos lodazales. (En Toledo, desde el Puente San Martín, miro desolado el cauce espumoso, espuma de detergentes, y pienso en las ninfas de Garcilaso huyendo despavoridas a la búsqueda de aguas en verdad cristalinas.) Pero este 14 de diciembre, en Majadahonda, la niebla se había apoderado de La Oliva, según bajamos del Cerro del Espino hacia El Carralero. Y yo di en pensar en aquel libro de poemas, temática radicalmente majariega: “La niebla es donde nace el horizonte”. Un libro que jamás publiqué, al menos en su totalidad, sino unos cuantos poemas en un volumen colectivo, “A los cuatro vientos” y después, como decir ahora, en “El deseo aislado”, mi poesía entera, en español, digo, de 2010 a 2024. Poemas arropados en la densa niebla majariega, enero de 1937, cuando la “Batalla de la Carretera de La Coruña”.
PERDIDO YO ENTRE LA NIEBLA AQUELLA DE “¡AY, CARMELA!” DE CARLOS SAURA, viendo como unos cómicos de la legua, Maura y Pajares, saltan, pespunteados de niebla, girones grises, flecos de miseria, del lado republicano al nacional. Iba yo con ellos, o tal vez lo haya soñado (“luego soñé que soñaba”, con Don Antonio Machado Ruiz cundo creyó haber hablado con Dios, no sé). Y en un poema, ese verano del 37, yo me perdía en la Avenida de España, alturas del Mc Donald´s, subido en una bicicleta, “Peugeot Hurricane”, que duerme ahora en mi terraza, entre urracas y cactus e incluso un pino en agraz plantado por las aves; me perdía, digo, y aparecía en un Brunete en pavesas. Niebla en Majadahonda, sobre todo en enero; antes, y antes de antes, nevaba en febrero, pero eso ya no existe, “Filomena” o “Filomela” fue la excepción en el páramo, en la insolencia mesetaria, donde lo que se repiten son los veranos, con la misma insistencia del sol en “La insolación” de Doña Emilia Pardo Bazán, solo que ella situaba su acción en la Pradera de San Isidro y aquí, si acaso, por si acaso, tenemos la Dehesa y el Monte del Pilar.
PERO A MÍ LA NIEBLA ME ATRAPÓ UN SÁBADO DE ESTOS BAJANDO POR LA OLIVA, trasterrado del Muladhara, camino del gimnasio que me acoge ahora. De momento, bien, iremos viendo, naturalmente, pero cómo echo de menos aquel ambiente familiar de San Isidro 20, y alguien decía en un comentario a mi artículo/ obituario en “Majadahonda Magazin” que tal cierre es un atentado a la salud majariega. Y pienso en la gente mayor que en el Muladhara tenía templo y balneario que qué van a hacer a partir de ahora. Y cantaba para mí mismo, quien mejor me escucha, que “cuando tú te hayas ido me envolverá la niebla”. La misma que me arropaba estos días en que el otoño de Prevert/ Kosma, las hojas muertas y todo eso, se está dejando invadir por el invierno. Sí.