VICENTE ARAGUAS. (1 de octubre de 2024). Plaza de la Constitución de Majadahonda y alrededores. Poco queda de esta plaza, plazona, más bien, tal como la conocí en su momento. Se fue alzando al aire de la iglesia de Santa Catalina, con su torre, tal vez atalaya árabe y eso señalé en artículo reciente, dentadura cariada luego de la guerra. Santa Catalina daba nombre al colegio, hoy desaparecido, de cuyo recuerdo, envuelto en el papel de plata de la metáfora, permanece un recinto de juegos infantiles lindando casi con Mieses. Un poco más arriba la Plaza del Cura con sus tilos, maneras austro-húngaras (el tilo, “lípa” en el idioma nativo, es el árbol nacional de la República Checa) para esta ciudad mesetaria. Cerquita estuvo uno de los bares más populares de la Majada, el “Galicia”, regentado por Isidoro. Un bar elemental, como la reválida de cuarto, aquella, tan lejana, con botellines para la sed juvenil (creo que no había más presión para la cerveza que la nuestra, jóvenes de vuelo altivo).
Y volvemos a la Plaza de la Constitución, un recuerdo para el muchacho apuñalado en una de sus aceras una noche salvaje. No, no es la nuestra una ciudad insegura, creo, tampoco me muevo por sus lados más oscuros. Pero aquel chico, Fernando, estudiante de Derecho, cayó en 1997 en esta plaza de manera tan cruelmente injusta que sigue doliendo tanto. Hubo una cruz en el pavimento marcando el duelo. Desapareció. A cambio, el jardín del templete de la música se llama Fernando Bertolá. Un modo de que el recuerdo florezca. Cerca nos reunimos algunos de los viejales majariegos. Acudo de vez en cuando, tampoco doy para más. Y con ellos, con esta gente guapa, me siento como en casa. Algunos son majariegos de nacimiento. Otros vinieron de Quintanar de la Orden, Tielmes, Santa Ana de Pusa, Arganda, a repoblar un pueblo, tan víctima de la guerra, ¡nunca más!, como tantos, si no todos, lugares de España.
Aparte esta dama de Arbo, abuela de uno de los jugadores que más alegría goleadora nos dio en el Rayo, Álvaro Portilla. Arbo, orillas del Padre Miño, con su cosecha de lampreas para paladares exquisitos. Con ellos hablo, ¡escucho!, de lo que está pasando (de política, poco, sino con el escepticismo de quien ha vivido un poco ya de todo), de qué fue de este y del otro, del párroco Baldomero, que marchó a las verdes praderas, del cura Paco, me dicen, que es buena gente. Y por ahí seguido. Aquí llegué de la mano de “Fanta”, tan cordial, tan del Rayo hasta que dejó de serlo “porque siempre pierde”, ¡pero “Fanta”! y Ángel Luis. Ellos solían sentarse al sol, lagartero de invierno contra la pared del viejo ayuntamiento, dentista aún en los setenta, algo de muebles, hoy, nada, esperando una mano de todo.
En esta plaza, en la parte inferior hubo una tahona, donde echaba una mano los domingos “Michel”, te extraño, amigo. Un material tan rico que, por proximidad geográfica, se anunciaba en las panaderías donde lo recibían como “pan de la Iglesia”: resonancias tan antiguas como cordiales. Compré de ese pan, tan rico, tan recién horneado, y el Domingo de Resurrección venía a ver cómo apaleaban al pobre Judas, que bastante tuvo con su arrepentimiento suicida. Del mismo modo que iba a la Plaza del Cura, enfrente la casa rectoral, digamos, por eso, al cine de verano, cosa primitiva a cargo de unos gitanos, gente del bronce que iban y venían con artefactos primitivos y películas de Terence Hill y Bud Spencer. Todo tan sencillo como el trajín que nos traemos los viejales en la Plaza de la Constitución. Según vamos desfilando por este valle de lágrimas o risas mientras vemos y oímos a Casimiro, noventa y pico lúcidos y lucidos años, el patriarca, contando chistes o mimando con papeles que va haciendo pedazos el “cristo” al que se ha venido reduciendo España. Otra metáfora. Gestual para el caso. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión) que se presenta el lunes 11 de noviembre (2024) en la Biblioteca Francisco Umbral de Majadahonda a las 19.00 horas.
Paso a menudo por la Plaza de la Constitución, no es un lugar habitual de encuentro mio, yo, que vine de ya no sé donde,( de origen Campo de Criptana), pero con mucho recorrido.
Ahora, me fumo mis puritos bien paseando, o bien en un banco de la Plaza de Colón, donde veo como se trapichea, son de origen los mismos que trapicheaban en Sidi Ifni durante mi servicio militar. Nunca probé la droga, ahora veo el continuo trapicheo, y tampoco puedo hacer nada por impedirlo.
Pero tranquilamente, me fumo mi caliqueño, o mi canario, en la Plaza de Colón.
Hace mucho que no fumo pero en su momento, emulando a «Don Camilo» y sus toscanos me aticé un caliqueño. Aún húmeo. Gracias por sus comentarios, Don Alejandro, enjundiosos e incombustibles. Sí.
La podían rebautizar como plaza de los porretas en honor a esa serie radiofonica de los 70. Tiraron un emblema del pueblo para hacer un parking donde nunca hay coches y un templete donde nunca hay música