Angelus de Millet

GREGORIO Mª CALLEJO. Tres historias, tres delitos. Nuestra antigua vecina Bernarda ataca a su amante con un cuchillo, nuestros antiguos Juez y Secretario de Juzgado se ven mezclados en un turbio asunto de cobro ilegal de contribuciones inmobiliarias. Algo muy sospechoso debió observar la Audiencia Territorial para, en pleno juicio, abrir una instrucción suplementaria contra ellos (al principio no encausados). Y, en fin, una reyerta entre familias deviene en la muerte en plena calle de nuestro pueblo, de un majariego ya casi anciano. Además de deleitarnos con la forma de la crónica (el “Muy apaciblemente ha discurrido la tarde por el Palacio de Justicia” recuerda a una narración de una crónica de toros o fútbol), además de lo fascinante de estas historias en sí mismas, hay algo que me hace reflexionar.


Leemos con alguna frecuencia las acríticas historias de nuestros pueblos, historias en las que nos sentimos cómodos. Cuantas veces no habremos leído esos paneles para turistas en las que se dicen cosas como “las buenas gentes de esta localidad recogían el trigo” o “sólo con el esfuerzo de nuestros buenos convecinos se pudo construir la iglesia” etc, etc. Tendemos así a pensar en nuestros antepasados como miembros de una comunidad idílica, como una sucesión de arquetipos amables, solidarios, trabajadores. El zapatero, el aprendiz, el panadero, el sastre, las campesinas, el vaquero… Iconos todos de una visión de nuestros antiguos pueblos que viene marcada por su configuración con tipos humanos humildes y honestos. Al modo quizás del conmovedor cuadro de Millet «El Angelus».

Reinterpretación de Dalí del Angelus de Millet (Museo Reina Sofía)

Profundizamos así en nuestro terruño, en una intrahistoria que nos trasmite una esencia determinada. Recordando esa comunidad idílica parece que respiramos el volkgeist del que hablaban los románticos alemanes. El verdadero espíritu del pueblo. En espacios lingüísticos y culturales más o menos amplios, todo eso configura una tradición singular, es el germen del nacionalismo. En pueblecitos pequeños nos da esa reconfortante sensación de comodidad con nuestro pasado. Pero en las comunidades, en los individuos que las forman hay también violencia y corrupción. Quizás, de hecho, no hay nada tan globalizador como la inquina, la corrupción y la violencia, que penetran así en el idílico terruño y agrietan su supuesta y particular perfección. Frente al sueño del particularismo perfecto, Bernarda, Vicente y Bonifacio nos recuerdan cómo somos y de dónde venimos.

Majadahonda Magazin