VICENTE ARAGUAS. (26 de septiembre de 2024). El Callejón del Gato. Entre Doctor Calero, a punto ya de transformarse en Doctor Marañón, y Mieses, embocando la Plaza del Cura, con esos tilos tan centroeuropeos, tan “Mitteleuropa” (árbol nacional en la República Checa, y “Unter der Linden”, bajo ellos, pues, en el bulevar berlinés) se encuentra el Callejón del Gato. Tan nuestro, tan majariego, como el madrileño, el de la teoría del esperpento de Valle, el de los espejos cóncavos y convexos. (Igual no sería mala idea colocar en el majariego algo semejante a esas planchas que, en “Las Bravas” del callejón madrileño, emulan el ansia especular valleinclanesca). El de aquí ya no es, ¿cómo podría?, lo que fue. Aquellas casas humildes, a lo “Colonia Escudero”, desconchados, cal sobre ladrillo, portales y escaleras angostas, ropa-banderolas, desaparecieron todas. Habitadas por gente tan auténtica, y no me corto, como la que coexiste en una ciudad diversa como la nuestra con los que disponen de más medios (en el medio). Yo cruzaba el Callejón del Gato buscando, tal vez, inspiración para ese poema que está en mi primer libro en castellano: “Ella rinde sin condición la boca/ de un rojo pastel. La sábana blanca/ es nube y bandera en la pared/ que cuelga para el posible armisticio.” El poema se titula, claro, “Callejón del gato (Majadahonda)” y ahora me doy cuenta, luego, después de tantos años, que ese lugar me llamaba a mí. Y no yo a él. Y casi nadie me explicó el porqué del nombre.
Por similitud con el de Madrid, topónimo incierto este, unos dicen que por un gato montés cisneriano, otros por el poeta Álvarez Gato. A mí me dijo algún veterano majariego que el del pueblo debe su nombre a un felino, negro como un pecado negro y mechón blanco en el pecho como una medalla de nieve, que estaba aquí, en el nuestro, antes de la guerra, y en él seguía, imperturbable, “al paso alegre de la paz” que cantaban los vencedores. Los perdedores, los más afortunados, barriendo el camino de Madrid con escobas hechas de retama. Los menos donde el alba se hace elegía. Pero hoy el Callejón del Gato, el de Majadahonda, ha cambiado tanto. Lo frecuento en mis paseos por la Majada, si voy a Correos, si vuelvo de donde nos vemos los viejales, en la Plaza de la Constitución, nostalgias del Santa Catalina, y los coros infantiles, “mil veces ciento mil…”, a lo Antonio Machado, si bajo hacia Morrones, por donde el Mercadillo, tan frecuentado, me dicen; tendría que volver, me parece. Pero no solo lo cruzo, gato ninguno, claro, difícil verlos en nuestro pueblo, ni siquiera en Hernán Cortés con el Bulevar Cervantes, en el edificio titánico, que ni se hunde ni remonta.
Lo cruzo, el Callejón, digo, pero con un par de altos, para mí necesarios. En Rótulos, donde encuaderno libros e imprimo a precios razonabilísimos. (Nada me une a este local, a quienes lo atienden, sino el agradecimiento.) Y un poco más arriba, enfrente, la librería J.J. Libros de nuevo y descatalogados. Y una señora muy agradable, majariega de nacimiento, con quien refresco la memoria hablando de “El Cóndor”, con sus espejos en el techo, tan eróticamente “light”, un pianista, “no tiren sobre él” y Francisco Umbral, “blazer” y pantalón gris de franela inglés; una vez lo cité tal cual en un periódico de la provincia nebulosa, y va el cachondo y me roba la cita, para que aprendiese, supongo, lo que vale un peine (de carei). En el neo Callejón del Gato vivía una novieta o lo que fuese de Tomás Descalzo, Mari, creo, asturiana, me parece. He de volver a Tomás un día de estos. Lo queríamos tanto, como a la Glenda aquella de Julio Cortázar. Sí. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión) que se presenta el lunes 11 de noviembre (2024) en la Biblioteca Francisco Umbral de Majadahonda a las 19.00 horas.
Miau, marramiau, querido doctor Araguas.
Katzengasse, que diria Goette.
Katzen Gasse en español significa callejón de gatos y el poema de Goethe dice así:
Nacido para comer, ordenando que me rasquen;
perdido en el sueño – Me gusta el mundo.
ronroneo en mi regazo, descanso en la cama;
en una hermosa pose, ya sea fina o gruesa.
Por eso todos me ven como un animal divino:
tartamudean, balbucean y me rinden homenaje.
Felizmente me acarició el vientre, las orejas y las patas,
y elegí de nuevo esto: la vida del gato.
Grandes recuerdos de » El Condor», ahí, reunión tras reunion se fraguó la parroquia de Santa Maria, con Santiago Nogaledo,. Un día Francisco Umbral se ofreció a dar una homilía para pedir apoyo. Que tiempos