J. FEDERICO MTNEZ. Un documento histórico de excepcional interés ha llegado hasta MJD Magazin. Son apenas 9 folios y se titula “El 18 de julio en el pueblo“. Está escrito por Crescencio Bustillo (1907-1993), un vecino de Majadahonda (en la imagen tomada en 1937 o 1938) cuya familia se vio partida por la incívica guerra civil del siglo pasado, como otras muchas en España, y del que cada verano hemos publicado un extracto de sus memorias. Esta parte, sin embargo, había quedado en el cajón hasta ver la oportunidad de que saliera a la luz. Tras una larga deliberación con historiadores, expertos, periodistas, colaboradores y el consejo de redacción de este periódico, finalmente se ha decidido que el documento se publique a los 84 años de su existencia. Podíamos haber esperado al 85º, 90º o 100º aniversario para que fuera una cifra redonda, pero en estos tiempos que corren el futuro ya apenas existe y vivir el presente como si fue el último día es una de las enseñanzas más preclaras que nos muestra esta pandemia de Covid 19. De ahí que el criterio de publicación sea exclusivamente histórico y periodístico, nunca político. Y MJD Magazin quiere hacer constar además, porque es justo y leal hacerlo, el respetuoso criterio contrario de la familia: «Cuando hace 2 años mandé a XX, el texto de las memorias de mi padre sobre el 18 de julio en el pueblo, sólo lo hice como amigo y quizás pariente, para que él fuera conocedor de lo allí acaecido, sin más, y sin ningún otro tipo de pretensión. Yo no voy a hacer ningún tipo de comentario, prólogo o introducción, ni siquiera voy a avalar un tema que quizás pueda suscitar alguna incomodidad a gentes del pueblo, a mi propia familia, y sobre todo a la familia de mi hermano (en este caso hermanastro), teniendo en cuenta que muchos de ellos (de ambas familias) todavía están en el pueblo. A mí, personalmente, tampoco me apetece demasiado que salga a la luz, y lo más importante de todo, no sé si es lo que hubiera deseado mi padre. Así que, por mi parte, prefiero pasar página y punto. Un saludo», ha explicado Darío Bustillo, hijo de Crescencio


J. Federico Mtnez, director de MJD Magazin

Respetamos absolutamente su criterio y así queda reflejado textual e íntegramente, pero el de este medio de comunicación, tras esas citadas numerosas consultas, es otro y agradecemos que se respete igualmente: este 84º aniversario que se cumple este sábado 18 de julio de 2020 es tiempo suficiente para elaborar un relato histórico, que no pretende ser concluyente ya que es parcial, subjetivo y a instancias de parte. Es una pieza histórica más, como las que hemos venido publicando sobre la guerra civil en Majadahonda. Y por eso al final del manuscristo recogemos los 18 artículos sobre esta temática más leídos por nuestros lectores. No ha sido casual escoger este fatídico número, sino que lo hacemos para ahuyentar cualquier sombra de fatalismo y exclusivamente para su contextualización, con el mismo interés con las que recogimos también las investigaciones sobre la “Batalla de Majadahonda” en la Guerra de la Independencia (1812). Y por ello estamos abiertos a publicar todos los testimonios históricos de interés de este u otros episodios que también nos lleguen a la redacción.

Crescencio Bustillo, 1935

CRESCENCIO BUSTILLO. La noche de triste recuerdo, entre el 17 y 18 de julio de 1936, que me tocó vivir, voy a ver si la puedo plasmar, lo mas fiel y detallada posible, en los acontecimientos que se sucedieron. Circulaba una serie de rumores, algunos contradictorios, que hablaban del levantamiento Militar Fascista, en las Plazas de Ceuta y Melilla, con repercusiones en otros puntos de la España Peninsular. El Gobierno Republicano, por medio de la radio, alertaba a la población, de que estuviera atenta para aplastar todas las intentonas que se hicieran en ayuda de los facciosos. Todo el día 17 la radio no paró de dar comunicados pero estos cada vez eran mas graves, terminando por dirigirse al pueblo llano y trabajador para que se echara a la calle a defender la República, puesto que peligraba su existencia. Esta República, instituida por el pueblo libremente, que ahora la querían ahogar en sangre, porque había empezado por abolir los privilegios e igualar a todos los hombres ante la Ley. Para hacer frente a este peligro, el Gobierno recomendaba empuñar todas las armas que estuvieran al alcance del pueblo. Y allí dónde no las hubiera, ver la forma de conseguirlas. Todo con el fin de cerrar el paso a la bestia reaccionaria y fascista que se había sublevado contra el régimen legalmente establecido.

Aquella noche del 17, después de cenar, me dirigí como de costumbre a la Casa del Pueblo. Allí, como es natural, había muchos compañeros que comentaban acaloradamente, todo lo que la radio iba transmitiendo. Entre estos había unos que propugnaban echarse a la calle y tomar medidas para asegurar el orden y la tranquilidad en el pueblo, mientras que otros más pusilánimes, opinaban de irse a dormir hasta ver qué pasaba. La primera opción fue la que triunfó, sumándome yo a la misma, por lo que rápidamente, después de tomar esta decisión, nos pusimos a obrar en consecuencia antes que el enemigo se adelantara y nos cogiera de sorpresa. Para ello acordamos que cada uno se proveyera con la mejor arma posible y reunirnos de nuevo en la Casa del Pueblo para llevar a cabo el plan estratégico, que no era otro que mantener el orden hasta ver qué pasaba. Yo no tuve que moverme del local, porque hacía tiempo que iba armado de una pistola pequeña del 17”35. Los que fueron en busca de armas volvieron enseguida con toda la gama de ellas, a cual más variadas, desde la escopeta hasta el revólver del “45”, de tanta tradición en las películas del Oeste Americano.

Mientras estos compañeros fueron a buscar las armas, se organizó un sistema de patrullas en grupos de 3 hombres, cuyo mando lo ostentaría uno de ellos, con la misión de vigilar y controlar todos los movimientos de los rivales, pero más que nada para conservar el orden a toda costa, no permitiendo formarse grupos en la calle, ni menos estacionarse. En una palabra, las calles habían de permanecer despejadas. El Estado Mayor de estas fuerzas, en constante vigilancia, estaría establecido estratégicamente en dos sitios opuestos como medida de precaución, por si nos atacaba el enemigo que no pudiera concentrar sus efectivos en un sitio solo. Estos sitio eran la misma Casa del Pueblo y el local que albergaba el Ayuntamiento de Majadahonda, por estar reconstruyéndose el Ayuntamiento nuevo. Este local estaba situado en el otro extremo del pueblo, para así dominar mejor la situación en caso de conflicto.

En los dos sitios, además de los dirigentes como Estado Mayor, había un fuerte retén para defender aquellos puntos claves. Y conforme las patrullas fueran dando la “ronda”, se irían relevando en las distintas formas de vigilancia. A mí concretamente se me asignó el mando de una patrulla, cuyos componentes la formábamos “Perico” el “Jano” y yo. Salimos en nuestro primer recorrido mediada la noche, cuando alertamos al ver a 3 muchachos que nos parecieron sospechosos, que sin ser miembros de las familias de los caciques, pertenecían al partido dominado por ellos. Estos eran Apolonio Ugena, que era hermano de mi cuñada Cirila, un primo suyo apodado «el Chaparro” y Donato Montero, que era novio de una prima de la María, la Matilde de los Esteban y hermana del Antonio.

Estos muchachos, por su forma de conducirse, nos causaron sospechas, les detuvimos y los “cacheamos”, encontrándoles en su poder una gran cantidad de municiones de distintos calibres y variedades, desde cartuchos de escopeta reforzados de postas hasta balas de carabina y tercerola, así como de revólveres y pistolas, señal inequívoca de que trataban de concentrarse y armarse, para actuar según lo dispusieran los jefes de su organización. Con aquel cuerpo delictivo como muestra no supieron responder con qué objeto lo transportaban. Entonces los llevamos detenidos al Ayuntamiento, que nos cogía más cerca, como medida de precaución hasta que posteriormente se aclararan las cosas. Mañana: siguiente capítulo: «El primer disparo».

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